La bella Shizue paseaba por los jardines de Otosan-uchi con la mirada fija en el horizonte. Esperaba que el viento le trajera la misma inspiración que le fue concedida a la Dama Doji, su antecesora, y que como el viento que trae el olor de las flores, fueran sus palabras en el oído de los presentes.
Una bella y armoniosa canción se oía en el palacio de Lady Fiona, una sidhe poderosa y vanidosa que adoraba el arte y la belleza. Al son de aquella dulce música danzaba Brenna, rodeada de muchos jóvenes que como ella habían decidido unirse a lo que su anfitriona les ofrecía. Lady Fiona sonreía al ver tanta belleza unida bajo su mismo techo y se enorgullecía de lo que había creado. Sean, la envidia de todos los jóvenes del baile, era ágil y habilidoso en la danza y en la palabra, enrojecía a las muchachas de todo el lugar. Sólo su clara y transparente mirada podía hacer que las doncellas cayeran a sus pies y le dedicaran sus más bellas palabras. Brenna no era inmune al sentimiento que provocaba este joven en las doncellas y procuraba a su lado para esperar que en vano, él le pidiera un baile.
En un rincón oscuro, unos ojos azules y profundos examinaban el baile como si se tratara de una fina tela de araña y a Sean, como una fiera y desalmada bestia hambrienta y decidiendo cual sería su próxima víctima. Sus fuertes y grandes manos deshacían en pedazos su camisa y la rabia y el nerviosismo acumulados castigaban las fibras del pobre e inocente tejido.
Brenna y Sean bailaron durante horas, hablaron de batallas y de temibles Sidhe oscuros que corrompen la verdadera belleza. Coincidían sus ideales de futuro y la forma de llevar a cabo, lo cual les reportó una gran alegría. Y mientras sonreían, unos ojos azules los observaban.
A la mañana siguiente, Brenna le presentó a Ottmar y éste haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad esbozó una sonrisa para contentar a su amada. Acordaron unirse y formar un trío, a lo que el inconsciente troll accedió de inmediato, seguro de que Sean sólo era un buen bailarín y podría dejarlo en ridículo.
Las aventuras llegaron y con ella los grandes peligros a los que tuvieron que enfrentarse. Ottmar, osado y valiente, arriesgó para conseguir las palabras de elogio de Brenna y al mirar atrás, siempre veía a Sean a su lado, codo con codo luchando para salvar su vida. Era un buen espadachín, ágil y diestro en el manejo de su frágil arma, lo había infravalorado. Al final de la batalla Brenna se deshacía en elogios a los dos combatientes y Ottmar hundido en su dolor, sólo veía los cumplidos como el veneno que se clavaba en su corazón y lo enfermaba de amor.
A la primavera siguiente, hicieron un descanso en el hospitalario palacio de Lady Fiona que los acogía, año tras año, porque adoraba las historias de las tierras lejanas y las peleas contra dragones que solo ellos podían contar. Llegó la noche, una preciosa noche, con suave brisa acariciando los árboles, con la Luna llena que se reflejaba en el cristalino estanque y con el perfume de las más hermosas rosas que tanto gustaban a Brenna.
Ottmar estaba hundido en sus pensamientos mirando el estrellado cielo, cuando sintió que algo salía de su habitación. Se volvió buscando su preciada arma, ya que últimamente no confiaba ni en su propia sombra, sus brillantes ojos examinaron la habitación para comprobar cualquier cambio. La única diferencia fue un simple sobre blanco. Lo abrió con cuidado y al hacerlo llegó hasta él un suave perfume de rosas con el que había sido impregnado el papel, en éste una bella frase escrita con la elegancia que solo puede ser transmitida por un Sidhe decía...
Una bella y armoniosa canción se oía en el palacio de Lady Fiona, una sidhe poderosa y vanidosa que adoraba el arte y la belleza. Al son de aquella dulce música danzaba Brenna, rodeada de muchos jóvenes que como ella habían decidido unirse a lo que su anfitriona les ofrecía. Lady Fiona sonreía al ver tanta belleza unida bajo su mismo techo y se enorgullecía de lo que había creado. Sean, la envidia de todos los jóvenes del baile, era ágil y habilidoso en la danza y en la palabra, enrojecía a las muchachas de todo el lugar. Sólo su clara y transparente mirada podía hacer que las doncellas cayeran a sus pies y le dedicaran sus más bellas palabras. Brenna no era inmune al sentimiento que provocaba este joven en las doncellas y procuraba a su lado para esperar que en vano, él le pidiera un baile.
En un rincón oscuro, unos ojos azules y profundos examinaban el baile como si se tratara de una fina tela de araña y a Sean, como una fiera y desalmada bestia hambrienta y decidiendo cual sería su próxima víctima. Sus fuertes y grandes manos deshacían en pedazos su camisa y la rabia y el nerviosismo acumulados castigaban las fibras del pobre e inocente tejido.
Brenna y Sean bailaron durante horas, hablaron de batallas y de temibles Sidhe oscuros que corrompen la verdadera belleza. Coincidían sus ideales de futuro y la forma de llevar a cabo, lo cual les reportó una gran alegría. Y mientras sonreían, unos ojos azules los observaban.
A la mañana siguiente, Brenna le presentó a Ottmar y éste haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad esbozó una sonrisa para contentar a su amada. Acordaron unirse y formar un trío, a lo que el inconsciente troll accedió de inmediato, seguro de que Sean sólo era un buen bailarín y podría dejarlo en ridículo.
Las aventuras llegaron y con ella los grandes peligros a los que tuvieron que enfrentarse. Ottmar, osado y valiente, arriesgó para conseguir las palabras de elogio de Brenna y al mirar atrás, siempre veía a Sean a su lado, codo con codo luchando para salvar su vida. Era un buen espadachín, ágil y diestro en el manejo de su frágil arma, lo había infravalorado. Al final de la batalla Brenna se deshacía en elogios a los dos combatientes y Ottmar hundido en su dolor, sólo veía los cumplidos como el veneno que se clavaba en su corazón y lo enfermaba de amor.
A la primavera siguiente, hicieron un descanso en el hospitalario palacio de Lady Fiona que los acogía, año tras año, porque adoraba las historias de las tierras lejanas y las peleas contra dragones que solo ellos podían contar. Llegó la noche, una preciosa noche, con suave brisa acariciando los árboles, con la Luna llena que se reflejaba en el cristalino estanque y con el perfume de las más hermosas rosas que tanto gustaban a Brenna.
Ottmar estaba hundido en sus pensamientos mirando el estrellado cielo, cuando sintió que algo salía de su habitación. Se volvió buscando su preciada arma, ya que últimamente no confiaba ni en su propia sombra, sus brillantes ojos examinaron la habitación para comprobar cualquier cambio. La única diferencia fue un simple sobre blanco. Lo abrió con cuidado y al hacerlo llegó hasta él un suave perfume de rosas con el que había sido impregnado el papel, en éste una bella frase escrita con la elegancia que solo puede ser transmitida por un Sidhe decía...
El amor dura tanto como la memoria, y es digno de cualquier acción.
Te espero, hay algo que llevo tiempo queriendo te decir.
Fin de la segunda parte parte
Que las hadas siempre vuelen en tus sueños
Alathea, el ángel con alas invisibles
Que las hadas siempre vuelen en tus sueños
Alathea, el ángel con alas invisibles
4 comentarios:
¡Saludos!
¡Espero no tener que aguardar toda la estivada para poder continuar con tan suculenta lectura! :S ¡Que me tienes en vilo! ;p
Un besazo desde las cataluñas
<xPheRe/Berny/ZaEPhyRKniGht/Almand de Kalantyr>
Entonces el joven Bayushi se alejo a escuchar lo que quedaba de historia, pero se quedo pensativo en cciertas cosas que pueden hacrse un poquito mejor, como no adjetivar tanto accione sy personajes apra agilizar el entendimiento de los que escuchaban en la corte, cortesanos embotados casi todos ellos.
¡Saludos, corazón intrépido!
Excelente vino, las posibilidades se multiplican según se desvela la historia. Un relato digno del lado oscuro: ¡tanta pasión y tan pocos frenos! Admirable.
Desde un oscuro y discreto rincón de la memoria, donde el tiempo se resiste a pasar, bebo a tu salud.
Me esta pareciendo una historia fantastica, muy interesante en todos los sentidos, quiero saber mas, por cierto, me encanta Ottmar.
P.D. le sobran adjetivos a Tolkien, no a ti.
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